David Martínez Téllez
Analista político, comunicólogo y académico UAGro
Cuando prevalece la política por encima de la verdad o la realidad, irremediablemente estamos en la sima.
Los criterios son de mayoría. Es lo que digan los muchos. Porqué así lo dicta la democracia.
Para justificar la buena política se recurre a las bases; a las que se supone han adquirido conocimiento.
He aquí un ejemplo de esa política, política sustentada en el auditorio.
Para el ingreso a ser docente en un aula de una institución educativa estaba estipulado con la publicación de una convocatoria.
El edicto consignaba los requisitos. Si un elemento de las obligaciones dejaba de cumplirse, ni siquiera era registrado.
El comité autorizado para la búsqueda de vacantes se integraba de las dos partes: otros docentes (sindicato) y quienes dirigían la institución de educación (administradores). Los examinadores finales eran los estudiantes; éstos rechazaban o aprobaban.
Los alumnos eran objeto de presión de ambas partes contratantes. Los inducían y a quienes les otorgaran más beneficios (por ejemplo, calificaciones de algunas materias) era predecible que ganaran ese lugar.
Lo de menos era si el postulante tenía elementos de conocimiento o habilidades pedagógicas. El objetivo era ganar el espacio, porque desde este “poder” seguiría presionando a estudiantes y en el futuro conquistar otras zonas de poder, como lo es la política, política.
El absurdo: En una ocasión se presentaron dos aspirantes para ser profesor. Uno de ellos con currículo de maestría del CIDE (Centro de Investigación y Docencia Económica) y el otro recién egresado de Economía de la misma institución.
Ganó la cátedra, a través del voto, quien era más conocido. O sea, el nuevo profesionista. Y perdió quien poseía mejor nivel educativo y otra información en la materia.
Así es la política, política.
