Por años, Rubén Cayetano se ha movido entre cargos y encargos bajo el cobijo del obradorismo, vendiendo un discurso de transformación que en los hechos pocas veces se tradujo en resultados concretos. Su carrera, más asociada al acomodo político que al trabajo legislativo, entra hoy en una etapa decisiva: ¿a dónde irá cuando termine la presidencia de Gerardo Fernández Noroña en la Mesa Directiva del Senado?
Porque hay que decirlo con claridad: Cayetano no tenía cargo electo, pero sí nómina segura. Su estancia en el Senado fue más bien un refugio temporal, una oficina con aire acondicionado desde donde se emitían discursos sin consecuencias, tuits incendiarios y posturas sin compromisos. El verdadero trabajo, el que afecta vidas y construye futuro, rara vez apareció.
Ahora, con apenas dos meses por delante, el exdiputado enfrenta su realidad: se le acaba el hueso. Y con ello, se agota también la comodidad de vivir del presupuesto público sin rendirle cuentas reales a nadie. Lo que antes era una tribuna para el activismo político, hoy parece solo una plataforma para no quedar fuera del reparto.
No es menor el dilema. Reinventarse como operador político de escritorio, buscar una candidatura reciclada o insistir en un rol de “vocero moral” del lopezobradorismo en decadencia… ninguna opción parece sencilla cuando la credibilidad se ha erosionado.
Rubén Cayetano insiste: “Con el pueblo todo, sin el pueblo nada”. Pero cuando la frase viene de alguien que ha hecho del erario su trinchera personal, suena vacía. Porque estar con el pueblo no es repetir consignas, es demostrarlo con hechos, y de esos, hay pocos que recordar en su paso por la vida pública.
Se le acaba el cargo, se le acaba el discurso, y quizá también, se le acabe la relevancia. El obradorismo comienza a cerrar ciclos, y muchos, como Rubén Cayetano, se preguntan si habrá lugar para ellos más allá del presupuesto.
