• jue. Oct 16th, 2025

Un año de mando: ¿la primera presidenta o la presidenta que transforma?

Mi Perspectiva entre Líneas

Por Marfred Ángel

Llegó con un dato histórico de por medio: Claudia Sheinbaum es la primera mujer en ocupar la Presidencia de México. Pero la historia no se escribe solo con estrenos simbólicos; se mide en resultados, en cómo se enfrentan los desafíos heredados y en la capacidad de transformar popularidad en cambios tangibles. Su primer año estuvo marcado por ese tironeo: la legitimidad de una victoria grande y una lista de problemas estructurales que no esperan ceremonias.

La popularidad le sonríe.
Encuestas públicas la colocan en niveles de aprobación que rozan o superan el 70–78% en distintos sondeos nacionales, un arranque inusual para mandatarios recientes y un capital político enorme para impulsar reformas y políticas. Esa confianza ciudadana —real y frágil— le da margen, pero también obliga: quien goza de amplia aceptación tiene la carga moral de convertir respaldo en resultados.

Sheinbaum recogió buena parte del andamiaje político y los programas sociales de la administración anterior, pero también heredó costos: inseguridad persistente, la crisis del abasto de medicamentos y cuellos de botella en servicios de salud, desigualdad regional y el reto de reactivar la inversión sin erosionar las conquistas sociales. En materia de salud, por ejemplo, el Gobierno afirma que la compra consolidada y la nueva logística resolverán el problema, pero en la práctica pacientes y clínicas siguen reportando faltantes que ponen en tensión la narrativa oficial. Esa brecha entre anuncio y experiencia cotidiana es un desafío material y simbólico.

En el escenario internacional, su gestión mostró habilidad para desactivar tensiones y negociar pragmáticamente con la Casa Blanca de Donald Trump. Desde la gestión de comercio hasta acuerdos sobre seguridad y migración, la diplomacia mexicana buscó combinar firmeza soberana con apertura a la cooperación —una línea que ha evitado choques frontales en momentos en que Washington ha vuelto a poner presión sobre socios comerciales—. Ese manejo ha contribuido a una percepción de estabilidad en la relación bilateral, uno de los activos estratégicos del primer año.

En lo político y en lo táctico hay diferencias claras con la administración previa. Sheinbaum ha declarado públicamente que “no vamos a proteger a nadie” —una frase que se ha repetido en su discurso para marcar distancia respecto a impunidad y favoritismos—, y ha impulsado cambios en el enfoque de seguridad: más inteligencia financiera, coordinación con fiscalía y acciones puntuales contra estructuras delictivas, aun cuando la percepción ciudadana sobre seguridad sigue siendo de preocupación. En paralelo, ha puesto énfasis en políticas de empoderamiento femenino y programas sociales que buscan consolidar la agenda de la 4T con un sello propio: continuidad con ajustes técnicos y retóricos.

En su mitin por el primer año —un acto masivo en el Zócalo donde la Presidencia rindió cuentas y puso en vitrina proyectos de largo plazo— la mandataria habló de avances en tecnología, producción nacional (vehículos eléctricos, semiconductores, satélites) y de la construcción de una política industrial más autónoma. Prometió, además, mejorar la gobernanza en compras públicas y logística de salud. Fueron anuncios ambiciosos, que apuntan a una visión de mediano plazo: transformar la estructura productiva del país. Ahora falta comprobar la tracción real de esos proyectos en empleos formales, cadenas productivas y menores vulnerabilidades externas.

¿Y qué falta? La lista es larga y urgente: resultados visibles en seguridad (reducción sostenida de homicidios y criminalidad organizada), el fin real del desabasto médico, una economía que traduzca la popularidad en inversión privada y empleo formal, y una justicia independiente que no dependa de anuncios presidenciales. Además, hay riesgos políticos: la enorme popularidad puede crear complacencia en el Ejecutivo o, por el contrario, tensiones dentro de la coalición si las expectativas no se cumplen rápido. También persisten interrogantes sobre transparencia en áreas sensibles y la necesidad de fortalecer instituciones para que las políticas duren más allá del aplauso momentáneo.

Como analista digo esto con una claridad periodística: tener la primera mujer en la Presidencia es históricamente relevante; ser una buena Presidenta será histórico en otra manera. El legado no se mide solo por la singularidad del cargo, sino por la transformación real que deje en la vida de las personas. En esos términos, el primer año de Sheinbaum muestra potencial —legitimidad, popularidad, una política exterior pragmática y ambición industrial—, pero también evidencia brechas entre promesas y la experiencia diaria de millones de mexicanos.

Cierren los ojos un segundo: la historia juzga con dos relojes. Uno registra los símbolos —ser la primera mujer presidenta—; el otro mide los cambios que llegan a la mesa, al hospital, a la calle. Si en los próximos cinco años Sheinbaum logra convertir estabilidad política y aceptación social en instituciones más fuertes, seguridad palpable y un sistema de salud que deje de improvisar, entonces su nombre no será solo lección de género en la historia: será sinónimo de buen gobierno. Si no, el primer año quedará como un impulso inicial sin consolidación.

La pregunta, por tanto, es sencilla y exige respuesta colectiva: ¿convertirá la presidenta Claudia Sheinbaum su respaldo en reformas y políticas que pervivan y mejoren vidas, o quedará para los libros como “la primera” sin mayor epílogo de cambio? La respuesta se escribirá en acciones concretas, no en mítines. Y los mexicanos, por ahora, observan, aprueban —y exigen resultados.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Verified by MonsterInsights