Por: Marbán Polo
Quienes invitaron al senador Gerardo Fernández Noroña al Tercer Encuentro Nacional Estudiantil de Ciencia Política en la Universidad de Guanajuato hoy están regañados y, posiblemente, descalificados como futuros coordinadores de alguna campaña interna presidencial.
El senador creyó que la mesa estaba servida: pensó encontrarse con estudiantes dóciles o, al menos, predispuestos para aplaudir cada frase del “invitado especial”. No fue así. La sorpresa fue monumental cuando Fernández Noroña terminó siendo abucheado por esos jóvenes universitarios que, lejos de rendirle pleitesía, le cuestionaron y le rebatieron.
El legislador, lejos de mantener la ecuanimidad que la investidura exige, terminó enfrascado en una guerra verbal con los estudiantes guanajuatenses. Intentó silenciarlos como si estuviera en el Senado o ante un templete repleto de simpatizantes. Al final, fue prácticamente expulsado del auditorio al que él mismo había sido “invitado”.
Pero el episodio no terminó ahí. En redes sociales, Fernández Noroña decidió publicar que la periodista Azucena Uresti había adquirido un automóvil BMW, como si ese dato fuera de interés público. Olvidó, convenientemente, que exponer bienes personales de una periodista la coloca en una situación de vulnerabilidad en un país donde la inseguridad es el pan de cada día. Uresti —como ciudadana particular— no recibe recursos públicos, no es funcionaria y puede gastar su dinero en lo que desee. A diferencia de muchos servidores públicos que presumen bienes injustificables, ella no está obligada a rendir cuentas de su patrimonio.
La periodista respondió en su propia cuenta acusando al senador de acosador y mentiroso, retándolo a mostrar las escrituras de su casa en Tepoztlán, a explicar quién pagó su vuelo privado y su viaje a Palestina. Y lo responsabilizó públicamente por cualquier cosa que pudiera ocurrirle.
El periodismo en México se ha vuelto una profesión de alto riesgo. Son numerosos los comunicadores asesinados por ejercer su labor y demasiadas las carpetas de investigación que se empolvan sin justicia ni responsables. Azucena Uresti, egresada con honores de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Nuevo León, ha dedicado su carrera —desde 2005— al periodismo crítico y a la defensa de la libertad de expresión.
Por su parte, Fernández Noroña parece no resignarse a perder reflectores desde que dejó la presidencia del Senado en septiembre. No piensa pasar desapercibido ni pagar publicidad cuando, según él, puede generar su propia notoriedad atacando a quien lo cuestione. En su narrativa, quien no lo aplaude es un “paniaguado”, un “ardido” o un “resentido”. Y lo ha logrado: en el Senado, el debate serio es hoy casi un espejismo.
El senador recorre ahora la República buscando respaldo. En la elección interna de Morena rumbo a la candidatura presidencial, alcanzó un “empate técnico” con Adán Augusto López, algo que interpreta como base para un futuro intento. Sabe que “santo que no es visto no es adorado” y que la competencia interna no espera a nadie.
Tiene previsto visitar municipios de Guerrero, estado donde posee simpatías. Tal vez debería considerar también a la Universidad Autónoma de Guerrero, donde los estudiantes, directivos y trabajadores suelen coincidir disciplinadamente en una sola línea política, como lo demuestra la reciente votación “unánime” en la reforma universitaria.
Los apoyos ciudadanos auténticos serán escasos; los intereses políticos, abundantes. La austeridad en campaña, al menos en la práctica, simplemente no aplica. Lo cierto es que, para bien o para mal, Fernández Noroña hace ruido. Y en Los Pinos, por ahora, ese ruido no parece incomodar… aunque ya en el pasado lo dejaron claro cuando le negaron repetir en la Mesa Directiva del Senado pese a la mayoría morenista. Ahí sí le aplicaron la ley.
