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Entrevista: Mario Carbajal “La gasolina” hermano de Mica


(Entrevista hecha el 24 de diciembre de 2017)

Por HÉCTOR CONTRERAS ORGANISTA

-¿Por qué el apodo de “La Guasolina?”

“Así le decían a mi papá. Cuando estaba chamaco, trabajaba en un taller que estaba en el centro de la ciudad, y el dueño era don Ernesto Ortiz, lo mandó con una cubeta a traer gasolina. En ese entonces había de dos tipos: Gasolina y mexolina.

“Llegó a la gasolinera y le preguntaron qué se le ofrecía. Pero seguramente se le olvidó y dijo quiero esa…

-¿Gasolina?

“Sí, guasolina”… y desde entonces así lo conocieron y me heredó el apodo. Él fue el primer permisionario de taxis en Chilpancingo, el primeritito”.

Mario es un hombre alto, fortachón y se ha dejado crecer la barba. Ha vivido en Chilpancingo desde que nació, hace 87 años.

Fue chofer muy jovencito de uno de los carros de plataforma que transportaban de distintos puntos de la sierra de Guerrero, trozo de madera a Chilpancingo, a raíz de la tala inmoderada que se hizo en los años 40, del siglo pasado.

Desde hace casi veinte años, desde cuando falleció su esposa, vive solo. Ya no queda más que el recuerdo de ese muchacho vivaracho, alegre, simpático del que se enamoró en Amojileca, Victoria, una bellísima hija de don Martín Adame que vendía mezcal a la entrada de Amojileca, yendo de Chilpancingo.

Mario deambula en los alrededores de la catedral. En época de vacaciones se la pasa a ratos descansado, y en otros espacios deja el bastón a un lado y camina por el ex prado donde se levanta un busto en bronce a Don José María Morelos y Pavón.

Mario era casi siempre el primero en bajar con su carro cargado de trozo.

En esos años 50, Amojileca tenía y sigue teniendo solamente una calle principal. Llegando frente a la casa de don Martín, “La Guasolina” estacionaba su carro y al rato llegaban otros y otros choferes manejando sus vehículos y todos formaban una hilera de “carros troceros” estacionados en fila india, porque al bajar de ellos se iban en búsqueda del sabroso mezcal que vendía el famoso señor don Martín, y claro, a disfrutar del muy bello panorama hogareño en casa del vendedor de mezcal con tantas hijas que parecían muñecas,

Viejo, cansado y recostado sobre un montón de tablas Mario saluda a su amigo el reportero. “Aquí estamos hermano, hasta cuando Dios nos llame”.

Su rostro se llena de tristeza cuando explica: “Mis hijos me corrieron de mi casa, pero estamos en pleito jurídico”. Informó que con su esposa Victoria “tuvimos 26 hijos, yo por todos tuve 62, pero a la mayoría ni los conozco”.

La mayoría radican desde hace muchos años en los Estados Unidos de Norteamérica, yo no estaría así, si mi esposa viviera”.

Luego, hace una reflexión y dice que va a hacer una pregunta con todo respeto y porque somos amigos: ¿Tú crees que algún hombre sabe valorar a una mujer? La respuesta es no. Y dice: “Exacto. Es lo que nos pasa a los hombres: No sabemos valorar a las mujeres”

Mario, para sobrevivir, reparte periódicos y revistas todos los días. Sus guaraches ya se ven muy desgastados. Pero tiene una ilusión: “¡Ah, si cada uno de mis hijos me diera siquiera cincuenta dólares, no estaría así”.

-Aparte de tus hijos, ¿tienes familia?

“Sí. Mi hermana es ‘Mica’, la que trae siempre cargando bolsas con ropa, es mi hermana, es la chocoyota…”.

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