Por: Marbán Polo
De la noche a la mañana, la presidenta decidió mudarse de domicilio. De vivir en Palacio Nacional, en el corazón de la República Mexicana, pasó a habitar la casa que alguna vez rechazó López Obrador. Sí, ahí mismo: en Los Pinos, reside ahora la primera mujer presidenta de México. Antes de hacerlo, ordenó blindar Palacio Nacional ante una eventual marcha de los denominados jóvenes de la generación “Z”.
Ya instalada en Los Pinos, en un ambiente desangelado, tenso y frío, frente a los periodistas de siempre, Claudia Sheinbaum dio el banderazo para la celebración del Mundial 2026, que será organizado conjuntamente por Estados Unidos, Canadá y México.
No hubo algarabía. Se presentaron las mascotas, pero el evento careció de brillo, sin la presencia de leyendas del futbol mexicano, como si la sombra del alcalde asesinado de Uruapan opacara el acto público. Tampoco asistieron los gobernadores de Nuevo León, Jalisco ni de la Ciudad de México, entidades con estadios que serán sedes mundialistas.
Desde la perspectiva económica, México no desembolsará grandes recursos, pues ya cuenta con la infraestructura necesaria para albergar los partidos donde se forjarán las futuras leyendas del futbol. Un logro que quizá la presidenta prefiera olvidar, ya que fue Enrique Peña Nieto, en junio de 2018, quien anunció oficialmente que México, junto con Estados Unidos y Canadá, serían las sedes del Mundial.
La sorpresa de aquella gris presentación en el patio de Los Pinos fue el anuncio de Sheinbaum Pardo: donará el boleto número 0001, al que tiene derecho como jefa de Estado, argumentando que no asistirá al partido inaugural. La noticia generó asombro y múltiples interrogantes.
Algunos analistas especulan que la presidenta teme ser abucheada, dada la creciente ola de inseguridad que atraviesa el país, agravada por el asesinato del alcalde de Uruapan, Michoacán. Otros piensan que la mandataria busca evitar un mal momento mediático que afecte la consulta de revocación de mandato prevista para 2027, en la que el oficialismo pretende no solo ratificar a Sheinbaum, sino también consolidar su dominio político.
La historia ofrece precedentes. En 2014, la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, fue abucheada en cuatro ocasiones durante el Mundial en su país, en medio de una severa crisis económica y social. Aun así, no evitó el rostro público del evento.
Si Sheinbaum cumple su palabra y no asiste a la inauguración del Mundial el 11 de junio de 2026 en el Estadio Azteca, se convertiría en la segunda mandataria en la historia en ausentarse de un acto inaugural, después del dictador italiano Benito Mussolini en 1934.
El futbol en México no es solo un deporte. Es identidad, tradición y pasión colectiva. Más de 70 millones de mexicanos lo siguen con fervor, y su influencia económica es enorme: solo en 2021, la Liga MX reportó ingresos cercanos a 600 millones de dólares.
Queda entonces la pregunta en el aire:
¿Cuál es la verdadera razón por la que Claudia Sheinbaum no quiere asistir al partido inaugural del Mundial 2026?
¿Será desinterés por el futbol, un intento por minimizar una herencia que no le pertenece o, simplemente, miedo al abucheo que podría derrumbar el mito de su popularidad?
El tiempo, y quizás el silbatazo inicial, nos darán la respuesta.

